viernes, 29 de julio de 2011

BARBACOA Y UTOPÍA

Hoy es mi cumpleaños. La apetitosa barbacoa casi está lista para adornar la mesa en el centro de un nutrido grupo de amigos, todos ellos del mismo Tribunal donde soy Juez de Instrucción. Un año más es para dar gracias. Mientras hago los preparativos, sigo pensando en el caso resonante que ha caído en mis manos. Siento que la ansiedad se cuela entre las chuletas como un tóxico fatal, mañana comienza el juicio y los ojos de la prensa caerán sobre mí. Sé que el candado es una pieza fundamental para resolver el crimen, pero el acusado está tranquilo porque sabe que la prueba está incompleta. Fantaseo que he armado, finalmente, el rompecabezas.

Llegan mis invitados y entre la algarabía voy desenvolviendo regalos. Ninguno lleva tarjeta, no hace falta. Palos de golf, un reloj, mi perfume preferido… apenas reparo en la pequeña caja azul hasta que la depositan en mis manos. ¿Un anillo? ¿Un sujetador de corbatas? El corrillo me apura para que la abra, por lo que rasgo el papel apresuradamente, levanto la pequeña tapa y apenas doy crédito a lo que veo. ¡Sorpresa! Exclaman al unísono. Frente a mis ojos, la llave se transforma en oro.

sábado, 16 de julio de 2011

PROFESIONALISMO

Ella sabrá lo que hace, ya es adulta y responsable de sus actos. O así debería ser. Por más que le insisto en que cambie de empleo, sigue firme en su decisión. Desde que se rompió los meniscos tratando de frenar, a su manera, al delantero centro contrario en un partido amistoso contra el Atletic, ha dejado de ser la misma, ni siquiera puedo acercarme al área grande de su portería, con lo cual resulta imposible meterle un gol.

martes, 5 de julio de 2011

EL SOPLO DE LA RETÓRICA

Inesperadamente me convertí en una escritora improvisada ante el desafío de la hoja en blanco. En principio me sentí aterrorizada ante el folio desnudo, despojado hasta lo hiriente, y fui incapaz de escribir una sola palabra aunque sea para cubrir sus pudores. Pero de a poco, con el recato de mi primera vez, comencé a acariciar las letras, que ante el placer incontenible, se transformaron en palabras y estas en oraciones. Finalmente, aquellas renegaron de mi impericia y mudaron en un cuento con final abierto pese a que, sin quererlo, coloqué un punto en la última letra.