domingo, 21 de noviembre de 2010

CONSULTA DE EDIPO – UN CUENTO DE SALVADOR ROBLES

Se llamaba Sigmundo, y era el psicoanalista más solicitado y, por lo tanto, el más caro del país. Sabedor de que las circunstancias favorables hay que aprovecharlas cuando se presentan, Sigmundo prolongaba su jornada laboral hasta bien entrada la noche. Trabajaba más de doce horas diarias desde hacía tres años, el tiempo que había necesitado para multiplicar por veinte su fortuna.
Acababa de dar cuenta de la hamburguesa y el gazpacho que le había traído su secretaria del supermercado de la esquina -para no perder tiempo, comía en su propio despacho-, y se disponía a atender al primero de los cinco clientes que había citado en la sesión vespertina, cuando el hijo del psicoanalista, Sigmundo Junior, de catorce años, irrumpió en el despacho.
-¿Qué haces aquí? Ya sabes que no me gusta que me molesten cuando estoy trabajando.
-Y trabajando estás, papá. Tus próximos cuarenta y cinco minutos son míos. Necesito hablar contigo, llevo varias semanas necesitándolo.
-¿Pero qué diablos estás diciendo?
-Tranquilo, papá, he pagado la consulta con el dinero que tenía en la hucha, lo he necesitado todo.

Del libro “Pequeñas palabras”. Ed. Paréntesis

miércoles, 10 de noviembre de 2010

LA ESPERA

Lloverá, lo presiento. Es como si el olor de la lluvia se adelantara a la lluvia misma para traerme la noticia de su llegada. ¿Acaso nadie se dio cuenta de que la lluvia huele? Huele a hierba, a tierra… huele a tantas cosas que la memoria se niega a seguir enumerando, sólo siente. La mía, además, sueña.

Por eso preparé el paraguas detrás de la puerta, el impermeable en el perchero y la ilusión en el bolsillo. Sé que muchas veces la lluvia puede traer amor, quizás a mí me regale la magia de tu presencia.