jueves, 30 de septiembre de 2010

LA PARTIDA

Y dio otro bocado. El último.

Con parsimonia, tomó la servilleta y se limpió las comisuras de la boca, luego, sin decir palabra, se levantó de la mesa y se dirigió hacia el espejo que ornaba el majestuoso salón comedor de su casa.

El hombre la miraba sin atreverse a romper el silencio. Ella retocó el labial y con la mirada clavada en su propia imagen logró ver la infelicidad dibujada en su rostro.

Sin pensarlo, se despojó de las joyas que la adornaban como una reina, y partió en busca de otras joyas, las que nunca había poseído a pesar de su fortuna.

domingo, 12 de septiembre de 2010

PESADILLA

Es cierto, nunca te dije que lo sabía. Haberlo admitido hubiera alertado tu ira, exponiéndome al escarnio de rebajarme, aún más, a la docilidad de la esclava en que ya me has convertido.

Pero hoy, cansada de aguantar tantas mentiras y tanto maltrato, te lo digo de frente. ¡Lo sé!

Siempre supe de tu pasado sombrío, del tiempo que purgaste en prisión, desde donde me escribías tus cartas de amor. Sí, era yo quien las contestaba, la cara oculta tras el anonimato de un nombre inventado. Yo fui la idiota que se enamoró de un criminal confeso y la que ahora está pagando el precio de su locura.

Ya es tarde para arrepentirme. Pero te aseguro de que este fue tu último golpe.

jueves, 2 de septiembre de 2010

ELLA, LA OTRA

Era bellísima, tanto, que vivía pendiente del tiempo, temiendo que arruinara su razón de vivir. Pero ese tirano que no reconoce la belleza de la fealdad ni la juventud de la vejez, siguió su camino implacable.

Cuando los potes de crema ya no pudieron disimular sus arrugas, la mujer se vio impelida a requerir el auxilio del bisturí para hacerlas desaparecer. Durante un tiempo su rostro daba fe de la cirugía, cumpliendo su cometido, pero indefectiblemente volvían a aparecer.

En su obsesión, vivía frente al espejo, y cuando no, sobre una camilla que la esperaba para el nuevo “retoque”. A simple vista parecía tan bella como siempre, pero en su interior no había medicina que surtiera efecto, el deterioro estaba en marcha.

Aquella mañana, cuando se miró por enésima vez en el espejo, perpleja, no se reconoció. La mujer de la imagen preguntó:
-¿Quién eres?
-Tú -respondió la otra, la extraña.