miércoles, 21 de octubre de 2009

ALBA TRAICIONERA

Me duele el alba sólo porque la noche se duerme en otra cama privándome de caricias e ilusiones. Y allí te quedas, entre los pliegues de las estrellas y sus luces, esperando como yo, que el día no despunte y quede atrapado entre el velo de su bruma.

Porque tus sábanas son mares de eternos horizontes, y tus manos, barcazas que recorren la plenitud de mis distancias.

Porque tus ojos son espejos que reflejan los destellos de mi alma cuando el infinito se cansa de beber en tu mirada. Y tus besos… tus besos tienen la fragancia húmeda de los bosques donde me pierdo gustosa de pasiones encontradas.

La noche vive en tu lecho, por eso me duele el alba.

jueves, 15 de octubre de 2009

EL DISFRAZ DEL AMOR - Un relato de Salvador Robles Miras

Hastiado de la vida que llevaba, el hombre solitario, antes de perder la razón, o quizá después de haberla perdido del todo, decidió ponerse un disfraz distinto cada día de la semana y actuar en consecuencia. Así, el lunes se disfrazó de payaso; el martes, de cura; el miércoles, de vendedor ambulante; el jueves, de titiritero; el viernes, de ejecutivo; el sábado, de torero, y el domingo, de novio. Con este último disfraz, el segundo domingo, en el pórtico de una iglesia, conoció a una novia que acababa de ser abandonada al pie del altar. El hombre y la mujer caminaron mientras se miraban a hurtadillas, conversaron utilizando palabras que nunca antes habían pronunciado, callaron mientras se admiraban, y, entre palabras y silencios elocuentes, las horas pasaron deprisa, ya había anochecido. Se despidieron con un beso largo en la mejilla.

De vuelta a casa, el hombre, cuando se desvistió, colgó el traje de novio en la percha del vestíbulo, y no en el armario donde guardaba los otros disfraces; entretanto, a cuatro manzanas de distancia, en un apartamento, la mujer extendía su vestido de novia en el sofá-cama del salón. El hombre y la mujer presentían que pronto acudirían a una boda.

jueves, 8 de octubre de 2009

OTOÑO EN MÍ


Vi caer las hojas en otoño y pinté de ocre la tela del horizonte. Un viento traicionero robaba sus mariposas al árbol y elevaba al cielo los secos despojos de un verde perdido para siempre. Todo fue color del tiempo, menos la lírica del verso que se negaba a volar junto a las hojas y se quedaba aquí abajo en el dulce remanso de la tierra parda.

Como una maga de estaciones desiertas elevé mi mirada hacia las alturas póstumas, encontrando entre el cielo y el mar, un canto de faunos olvidados. Aquí y allá morían las hojas como pájaros sin mañanas, pero en la mirada soñadora que mi corazón le obsequiaba al otoño, encontré finalmente el beso de la aurora. Y con el beso desanduve las distancias de macilentos pasados en pos de inciertos inviernos. Me amarré como un marinero a su barco en medio de la tempestad mientras el estruendo de las olas ahogaba el dulce canto del mar.

Hurgué como una niña en un horizonte sin penas entre las hojas de los árboles que se arremolinaban con el viento y regresando de mi viaje toqué suelo dejando para siempre mis pisadas en el lecho mágico de este día de otoño.

sábado, 3 de octubre de 2009

SÓLO LO QUE IMPORTA...


Pude sentir, casi sin proponérmelo, la tormenta que se desataba en el interior de su pecho herido. Era como un huracán que no encontraba espacio para remontar su vuelo y arrasaba en su descontrolada marcha, todos los sentimientos que albergaba. La angustia que le oprimía el pecho se canalizaba por la necesidad de hablar exorcizando los demonios que yacían en su altar pagano. Y lo escuché…

Escuché que buscando un amor había encontrado un fantasma, escuché que buscando un futuro, había encontrado hilachas de su pasado y que buscando el amanecer había equivocado el camino, perdiéndose en una noche sin fin y sin estrellas. Fui oídos y corazón al mismo tiempo, por eso pude comprender. Pero ¿Qué hacer desde los límites de su vida, del lado de afuera como yo me encontraba? ¿Cómo llegar sin entrometerme aunque me lo estuviera pidiendo a los gritos? Estas preguntas martillaban en mi razón aferrándose a la inmaterial esencia de mi ser, asumiéndome como el intruso que inesperadamente irrumpe en una casa que no es la suya.

Hasta que me di cuenta que yo no era un espectador, era parte de esa vida, era, o así se me reveló, un afecto dentro de sus desafectos más tenaces, apenas un punto de luz, pero una luz al fin. Fue entonces que me atreví a hablar, quizás hablé más de lo que hubiera querido hablar y dije más de lo que hubiera querido decir, lo cierto es que la noche cegada que cubría su vida, dejó entrever un mínimo rayo de sol. ¿Sería solamente el ojo del huracán?

También me di cuenta que no hacía falta que desmenuzara cada actitud, mía o suya, sólo hacía falta que quien me necesitaba me abriera el corazón y yo, que escuchaba, abriera el mío. Fue cuando pude ver con toda claridad que sólo de la mano del otro podemos seguir avanzando, no importa de qué parte estemos, no importa que seamos boca u oreja, sólo importa estar acompañados.