lunes, 28 de septiembre de 2009

CAPÍTULO VII: PLEGARIA DE DON ALFONSO A LOS CIELOS...

¡Oh, qué dulce saben vuestros húmedos labios! ¡La levedad de vuestro cuerpo se hace música en mi boca! Sois, mi señora, la magia que en mi corazón anida estallando en gozos y alboradas.
Vuestra piel es terciopelo acariciando mis manos y mis manos son mariposas aleteando entre la calidez de un campo poblado con las flores de mi pasión arrebatada que ya se hace hoguera sólo con tocaros...

¡Oh, bienaventurados sean los cielos que me han colmado con la dádiva de teneros entre mis brazos! Perpetuad este momento de gloria que atesoraré hasta el día de mi eterno descanso. Haced que el jadear de mi señora junto a este pecho palpitante se inmortalice para siempre en el reino sublime de nuestro amor y de él emerjan los frutos almibarados que nos alimenten en el desierto de las intrigas que se urden a nuestras espaldas.

¡Cielos, atended mi súplica!

¡Cielos, no abandonéis a este servidor! Os prometo que haré honor a este momento y defenderé a Isolda con la fuerza de cien leones, que no habrá Infante don Juan Miguel ni esbirros que le sigan y que se interpongan entre ambos, que no pagaren con su sangre la afrenta de traicionarnos. Desde hoy esta torre donde yace Isolda junto a mí, entre finos mantos de lino, será el altar que veneraré en silencio…

¡Cielos, os lo juro! ¡Mi espada pongo por testigo y mi alma por honor!

jueves, 24 de septiembre de 2009

DECIR AMISTAD


Tanta distancia los separaba que cambiaron el océano por estrellas, y se acercaron sin saberlo hasta que se acariciaron el alma como ángeles sin alas o vientos de quimeras.

Ni siquiera se dieron cuenta cuando finalmente se encontraron y no se reconocieron. Sin embargo algo les decía a cada uno, que el otro estaba tan cerca, que con sólo estirar la mano se reunirían en el mágico mundo de la espera, un mundo que muy pocos conocían porque en él se había plasmado el nacimiento de una amistad absolutamente incondicional donde los kilómetros eran versos jalonando caminos de poemas.

Y entre el oleaje de emociones desatadas, acampó la vida sin darles tregua, el viento les trajo las palabras y las palabras les trajeron mares que no eran de agua, ni de penas. Eran de personajes plasmados en una excelsa novela, eran mares de ilusiones donde se dormían los renglones entre guitarras criollas y españolas castañuelas.

viernes, 18 de septiembre de 2009

PASO EN FALSO

Salió de trabajar molido de cansancio.
Estaba transpirado, con la corbata en la mano y el saco desabotonado.

Ni bien transpuso el umbral del edificio, una marea humana lo arrastró como una hoja recién caída del árbol, una ilusión sin sustento, un pájaro herido de muerte. Y era justamente así como él se sentía.

Navegando en ese mar de piernas y brazos, de caras serias y rictus amargados, llegó casi sin saber cómo hasta las escaleras del subte, Estación Bolívar de la línea E. Era la hora pico, la peor hora, la hora de los robots de carbono.

Tenía hambre, pero sabía que al llegar a su casa, las ausencias no le habían preparado la cena ni el baño caliente, ni las pantuflas cerca de la cama, ni la ropa limpia alineada en una pila perfecta. ¿Cuánto hacía? Se dio cuenta que medir el tiempo le hacía daño y evitó pensar en ello. Un letrero luminoso anunciaba: “Hacia Plaza de los Virreyes”, su destino, aunque él no sólo no se sentía un virrey sino que ni siquiera se sentía un hombre.

La muchedumbre se agolpaba, compacta, hasta el borde mismo del andén, por lo que tuvo que abrirse paso para llegar hasta la primera fila y abrigar la posibilidad de subir al tren. ¿Subir…? Ya delante del abismo de rieles se quedó mirando fijamente el vacío acerado que le devolvía la ironía de su futuro. No pensaba. No sentía. Ni siquiera escuchaba su respiración. Vio venir el tren en su arrollador transitar subterráneo y al mismo tiempo dio un paso hacia delante tratando de aunarse con el frío de las vías o el calor de las ruedas. Cerró los ojos.

Un instante, sólo un instante en que una mano lo tomó del brazo cambiando su destino. Cuando abrió los ojos, otros, del color de la avellana, le estaban confiando una historia nueva, una historia que todavía estaba por escribirse y donde el infinito sólo era una utopía...

sábado, 12 de septiembre de 2009

CAPÍTULO VI: DOS CORAZONES Y UN SECRETO

Acercaos don Alfonso, tomad mi mano y con ella mi alma, que no hay bien más preciado sobre la tierra que vuestro amor. Haced vuestros mis labios y mi cuerpo todo que ya clama a gritos por vos, incapaz de resistirse un ápice a tan gentil caballero.

Más no os olvidéis que nuestro amor está sellado por el secreto a causa de este reino infame, que de sólo descubrirse, seremos dos en una tumba.
Mil intrigas se urden en castillo, mi señor, que no se quedará el infante don Juan Miguel sin su presa.

Más ¡Ay de mí! Que el destino del reino me empuja sin remedio a sus brazos viles y lujuriosos sin que mi corazón se atreva siquiera a imaginarme entre ellos. No seré yo, mi bienamado don Alfonso, quien alimente los fantasmas de tan ruin cortesano. No lo seré ni aún si me fuera la vida en ello, que muerta prefiero estar que sucumbir a sus apetitos.

Sólo vuestro amor me alienta y tensa mi lira con las dulces melodías de la vida. Esta vida que es vuestra porque yo os la he ofrecido, esta vida que ya no me pertenece y que pongo en vuestras manos y en vuestro corazón.

Mi señor, ¡Os pertenezco! ¡Tomadme! ¡Pues ardo en vuestra hoguera!

domingo, 6 de septiembre de 2009

LA CHISPA



No recuerdo cuándo comenzó a brillar. Quizás su esencia siempre estuvo mucho más allá del tiempo y del espacio y sólo una circunstancia entre miles hizo que se adhiriera a mi vida. Llamaba la atención, no lo niego. La gente se admiraba cuando me escuchaba hablar, cuando recitaba mis poemas, cuando escribía un cuento…, en todos y cada uno de mis movimientos la chispa fulguraba con el ímpetu de un caballo desbocado y maravilloso.

Tuve que acostumbrarme a ella de a poco. En un principio, confieso que me asustaba en un grado considerable ya que se había manifestado exigente hasta el límite, de manera tal que por las noches no me dejaba dormir y me obligaba a escribir sin descanso hasta que el alba me encontraba exhausta y muchas veces perdida en mis propias cavilaciones. Hasta que aprendí a dominarla. Descendí voluntariamente del pedestal que ella me había construido y pude seguir caminando entre la gente llevándola oculta bajo el digno manto de la humildad.

Supe por intuición que ella y yo conformábamos una unidad indivisible y que así continuaríamos para siempre en una comunión fantástica. En algunos momentos la chispa quedaba reducida a una simple imagen mental y parecía que iba a desaparecer en cualquier instante. Era entonces cuando yo, que la había adoptado, me desesperaba hasta el límite tratando de avivar aquel pequeño punto, y justo en el momento en que mis plegarias llegaban al cielo, un chisporroteo de vida la ponía nuevamente en movimiento y juntas continuábamos trazando destinos de Letras. Otras veces sus destellos me encandilaban peligrosamente y perdía el control de mis actos. Era entonces cuando debía cerrar muy fuerte los ojos, hasta interponer mi corazón como pantalla, para que atenuara su luz y yo pudiera volver a sopesar mis intenciones en el equilibrio tenue y sutil de aquella partícula inesperada.

Hasta que un día me desperté y no la vi. La busqué en cada rincón de mi habitación, en cada resquicio de la casa, en cada macetero del patio e incluso, entre los pliegues maravillosos de mis sueños. Pero no la encontré. Era absurdo, ella no podía abandonarme ni yo a ella, así que supuse erróneamente que se había escondido para jugarme una mala pasada, pero ante la inutilidad de mis razonamientos di por sentado que la había perdido y comencé la verdadera búsqueda, aquélla que me elevó hasta el éter y la que me sumergió hasta los infiernos, y aún así no la encontré.

¿Qué iba a ser de mi vida sin la chispa?
¿Mi vida? ¡Qué absurdo!
Mi vida era la verdadera chispa que siempre habitó mi interior, allí en el mágico laberinto de las musas que ofrecen a las almas el regalo de la creación…

miércoles, 2 de septiembre de 2009

CAPÍTULO V: MONÓLOGO DE DON ALFONSO

Mi Señora, no digáis tal cosa que mi corazón se escuece a los rayos del sol que destilan vuestros ojos. No he de beber vuestras lágrimas porque no permitiré que afloren desde el manantial cristalino que se esconde entre vuestras pupilas.

Más sí he de beber vuestros besos, ambrosía que ni los dioses conocen. Dulces brevas del alma vuestra que en mi boca se hacen miel y canto.

¡Sí, Isolda! ¡Os amo, mi Señora y mi Vida! No debéis suplicar por lo que mi corazón grita a los cuatro vientos, no dejéis que vuestro amor por este humilde caballero os nuble la razón. Pues antes moriría ahogado en el caudaloso mar de la incertidumbre que veros presa de la súplica traicionera.

A vos os digo mi amada Isolda que no existen los avernos estando a vuestro lado, los huracanes cambian de rumbo y las marejadas me elevan hacia lo eterno. ¡Os amo con la pasión de un volcán!
Vuestras son las estrellas y mis labios que os besan perdiéndose en el tierno remanso de vuestra boca.